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ESTO NO PUEDE PASARME A MI

[…] “El descubrimiento por el hombre de que sus genitales podían servirle de arma generadora de miedo debe figurar como uno de los descubrimientos prehistóricos más importantes, junto con el fuego o el hacha de piedra. Desde tiempos remotos hasta nuestros días, la violación ha sido un método de intimidación mediante el cual los hombres mantienen a las mujeres en un estado continuo de terror” · Susan Brownmiller

 

La violencia sexual en el sistema patriarcal

A lo largo de la historia, la sociedad ha estado imperada por creencias derivadas del sistema patriarcal, en donde la mujer es considerada un instrumento para satisfacer el deseo de poder de los hombres, a través de ella, el varón puede conseguir placer, tener descendencia o mantener un hogar, entre otras cosas.

Estas consideraciones han ido posicionando a la mujer como objeto de deseo y no como dueña de su sexualidad, dejando un rastro en nuestra sociedad actual. Sirva como ejemplo que durante siglos la violación no fue juzgada como delito contra la mujer, sino contra la propiedad del hombre (padre, esposo); la violación dentro del matrimonio no fue considerada delito hasta 1989. El código hebreo estipulaba que si una mujer era violada dentro de las murallas, ambos eran culpables (se interpretaba que ella no se defendía), si sucedía fuera, el agresor era “castigado” obligándole a casarse con la víctima. También, parte de nuestros héroes históricos han sido mitificados por sus crímenes: Gengis Kan, Caballeros de la mesa Redonda o Barba Azul.

Estos mensajes, que hoy nos parecen absurdos y obsoletos. Siguen manifestándose actualmente a través de una serie de mitos que distorsionan la realidad acerca de la violencia sexual, en relación a la figura de la víctima y del agresor, permitiendo que las mujeres sigamos bajo la amenaza de la agresión y manteniendo impune al que la comete.

 

¿A quién le puede pasar?

Existen mitos en torno a las causas que explican la ocurrencia de la violencia sexual. Por ejemplo, es común escuchar “le ha pasado a ella por salir de fiesta hasta la madrugada”, “esas personas con las que sale no son buena gente”, “si se hubiera resistido no hubiera pasado”, o “esto no puede ocurrirme a mi”.

Este tipo de pensamientos no son más que mecanismos de defensa derivados de la sensación de que el mundo podría convertirse en un lugar hostil y peligroso, y utilizándolos, las personas vuelven a recuperar la sensación de control sobre su entorno. Sin embargo, no existe un perfil ni de víctima ni de agresor, esto le puede suceder a cualquier mujer, independientemente de su raza, religión o aspecto físico.

Además, la búsqueda de causas explicativas de la violencia sexual en características de la víctima, y no del agresor, conlleva nuevas revictimizaciones sociales y jurídicas, a través de mensajes que muchas veces la propia familia, las personas cercanas y el personal que forma parte del sistema judicial, envía a las mujeres.

De esta forma, se menoscaba la salud de las afectadas provocando un enorme daño. Las supervivientes aparecen invadidas por un fuerte sentimiento de culpa que expresan en frases como “es que si no hubiese bebido tanto”, “en realidad yo tenía ganas de gustarle”, “con 16 años ya tenía edad para saber lo que hacía”, “no tenía que haberme ido con él”, “es que mi madre siempre me dice que no vaya por calles oscuras”, “no me defendí lo suficiente”. La realidad es que sólo existe un culpable: el agresor, que en ese momento decide instrumentalizar el cuerpo de la mujer sin tener en cuenta las consecuencias sobre ella. Enseñar a desaprender estos discursos sociales conlleva un proceso de intervención largo y costoso, para las víctimas y las profesionales que trabajan con ellas.

 

¿Quién debe evitar que esto ocurra?

Por otra parte, se encuentran una serie de mitos que liberan a los hombres de responsabilidades en la evitación de la violencia sexual.

Existe un discurso social en relación a los varones que refleja como una buena vida sexual se debe medir por la cantidad de relaciones sexuales, que identifica la virilidad con la promiscuidad, que reafirma el escaso control que los varones tienen sobre su deseo sexual y la necesidad de satisfacerlo de manera inmediata con herramientas de dudosa validez moral como forzar, engañar o comprar el cuerpo de una mujer.

De forma contraria, a las mujeres se les advierte que no caminen por la calle durante la noche, restringiendo su movilidad; se les aconseja que no consuman demasiado alcohol para poder percibir situaciones de riesgo, que no hablen con desconocidos, etc. Paradójicamente es a nosotras a quienes se nos responsabiliza socialmente de evitar las agresiones sexuales que son cometidas por hombres.

 

¿En qué contexto se produce?

En relación a cómo ocurren las agresiones sexuales, muchas veces se piensa que este tipo de delitos se producen exclusivamente en lugares oscuros, poco transitados y a altas horas de la noche, o que las agresiones son cometidas exclusivamente por hombres desconocidos. Si bien es cierto que las agresiones que más se denuncian son las que se producen por asalto callejero, la violencia sexual va mucho más allá. Sólo un 30% de los delitos son perpetrados por desconocidos, el resto son consumados por personas muy cercanas a la víctima: parejas, familiares o amigos, o conocidos recientes.

El incesto, considerado socialmente como una monstruosidad que sólo ocurre en familias desfavorecidas económica y socialmente, es un fenómeno presente en cualquier tipo de familia, de cualquier estatus sociodemográfico. Según los estudios realizados por Félix López en torno a un 23% de niñas y un 15% de niños son víctimas de abusos sexuales.

Las niñas son las personas con más vulnerabilidad para convertirse en víctimas de violencia sexual En el caso de las niñas se suman dos factores: la condición de ser mujer y la edad.

“Una de cada 3 niñas han sido víctimas de abuso sexual antes de alcanzar los 18 años”. · El Coraje de sanar (Bass y Davis)

¿Locos o malvados?

Existen también mitos acerca de la figura del agresor, como “los agresores sexuales son enfermos mentales, y por tanto, no saben lo que hacen”, “las personas que agreden pertenecen a un estatus sociocultural bajo” o “un hombre que está excitado sexualmente no se puede controlar”.

La mayoría de los violadores no tienen enfermedades mentales graves, no son “locos”, son conscientes de que lo que hacen es un delito muy grave, perseguido por la ley. La incidencia de psicopatología en agresores no es mayor que en el resto de la población. Tampoco consumen drogas ni alcohol necesariamente, que les hagan perder el control de sus actos, sino que a veces se valen de esas sustancias para cometer las agresiones.

Las estadísticas reflejan que provienen de todos los estratos sociales, sus rasgos demográficos son reflejo de la población general (Marshall, 1995), e incluso existen casos de discapacitados físicos y psíquicos.

Además, las agresiones sexuales no sólo tienen su base en el deseo sexual, sino que existe también un componente de violencia, su fin es el de ejercer el dominio y coartar la libertad sexual de la persona a la que agrede, produciendo un daño terrible a su integridad. Estos hombres necesitan sentir sensación de poder, provocando la humillación y el temor en la víctima. Y es relevante aclarar que entre el 60% y el 70% de las agresiones se acompañan de actos lesivos, humillantes o degradantes que no son necesarios para la comisión del abuso, por tanto, son actos de violencia gratuitos contra las víctimas (Christie, 1979 y Darke, 1990).

Es interesante señalar aquí que la antropóloga estadounidense Margaret Mead estudió varios pueblos en África, descubriendo que en algunos de ellos se practicaban con frecuencia violaciones en grupo para controlar a mujeres que se apartaban de las normas sociales, como divorciadas o aquellas consideradas rebeldes. Por tanto, la agresión sexual es una forma más de someter y controlar a las mujeres. De hecho, en los conflictos bélicos la violación se utiliza como un arma de guerra más.

Es muy infrecuente que los delincuentes sexuales reconozcan sus delitos, normalmente niegan la ocurrencia, minimizan el impacto que ha tenido la agresión sobre la víctima, o la culpan a ella. Pero es frustrante observar como en el juicio, la policía, las amistades comunes de víctima y agresor, los abogados y abogadas etc., se adhieren a las mismas justificaciones que usa el agresor, manteniéndole impune, nos referimos a acusaciones como “la mayoría de las mujeres denuncia en falso por venganza, resentimiento, dinero,…”, “se comportaron como unos sinvergüenzas, pero no son violadores”, “si eso pasó ¿porqué no denunció inmediatamente?”.

 

¿Qué pasa después?

Por último, hablaremos de los mitos acerca de las consecuencias de la violencia sexual, que muchas veces son trivializadas y minimizadas, y se reduce su importancia a la magnitud de las lesiones físicas, olvidando las psicológicas. El impacto de este tipo de agresiones sobre la psique de las mujeres es tan fuerte, que quiebra las asunciones básicas que constituyen los referentes de seguridad de la víctima, sobre todo, la confianza en las personas, en su bondad y en su predisposición para la empatía. Y aumenta la sensación de vulnerabilidad y de descontrol sobre su propia vida.

Por ello, todo episodio de violencia sexual, es constitutivo de hecho traumático, pues supone un suceso negativo impredecible, incontrolable e inenarrable, y que genera un malestar asociado de consecuencias devastadoras. Este tipo de acontecimientos desborda con frecuencia la capacidad de respuesta de la persona, que puede sentirse incapaz de adaptarse a la nueva situación y perder la esperanza en el futuro.

Además, con frecuencia nos encontramos con casos en los que el trauma no se reduce al episodio único de la agresión, sino que se producen revictimizaciones de carácter familiar, social y jurídico que menoscaban el proceso de recuperación y agravan las consecuencias. Estos fenómenos son derivados de todos esos mitos y condicionamientos sociales que implican la búsqueda de causas explicativas de la violencia sexual en características de la víctima, y no del agresor.

Por el contrario, en otras ocasiones se le otorga un carácter indeleble al impacto de este tipo de delitos. Se considera que las mujeres que son víctimas de una agresión sexual quedarán marcadas para siempre, incluso en algunos casos, las mujeres tienen miedo de ser vistas sonriendo en público, es como si socialmente se les extirpara su capacidad para volver a disfrutar y sentir placer.

Aunque aún queda mucho por saber, se conocen ya las razones por las que una persona puede quedar marcada trágicamente para toda la vida o que otra, por lo contrario, haga frente a la contrariedad y disfrute. Los factores están relacionados con características de la personalidad y del entorno de la mujer: una autoestima y autoconcepto sanos, seguridad en una misma y en la propia capacidad de afrontamiento, disponer de apoyo social, tener un propósito significativo en la vida, creer que puede influir en lo que sucede a su alrededor, y considerar que se puede aprender de las experiencias positivas y también de las negativas.

La mayoría de las mujeres que sufren una agresión sexual pueden recuperarse y llevar una vida normalizada, aunque algunas para conseguirlo necesitan ayuda especializada. Un trauma puede superarse, es posible sobreponerse al terrible impacto del suceso y descubrir, sin olvidar lo ocurrido, el valor de la existencia y la alegría de vivir.

A pesar del enorme sufrimiento ocasionado a las mujeres, tanto por la violencia como por los mitos asociados, es increíble observar cómo desarrollan magníficas estrategias de supervivencia y consiguen recuperarse. Así son las mujeres que han sufrido algún tipo de violencia, en concreto la sexual, mujeres resilientes, con enormes fortalezas que les permiten salir del barco que se hunde, llegar a la superficie y respirar.

 

Adriana F. Caamaño y Noemí Otero Prada



Entrevista personal

La violencia hacia las mujeres se manifiesta de muchas formas ¿por qué has elegido abordar específicamente la violencia sexual en el curso?

 

Se han dado grandes pasos a nivel legal y social en torno a la violencia hacia las mujeres, sin embargo, la violencia sexual no es considerada un tipo de violencia de género. Esta violencia está totalmente invisibilizada y normalizada en la sociedad. No reconocemos una situación de violencia sexual más allá del estereotipo de las violaciones por parte de personas desconocidas por la noche en un portal. Es necesario profundizar y analizar los elementos en torno a la violencia sexual para mejorar la salud de las mujeres. Fomentar una denuncia legal y social del tema, es imprescindible para avanzar en pro de la igualdad y los derechos humanos. 

 

 

¿Por qué consideras que la violencia sexual, está invisibilizada?

 

Porque estamos hablando de poder. A través de la violencia hacia las mujeres se siguen generando dinámicas y patrones de conducta desiguales. Para justificar las agresiones sexuales de hombres hacia mujeres se ha mantenido la idea de descontrol de los impulsos sexuales fruto de la testosterona masculina. Sin embargo, podemos reconocer cómo a lo largo de la historia, cuando un pueblo en guerra invadía a otro pueblo, las primeras actuaciones de subordinación eran las violaciones hacia las mujeres del pueblo vencido. Es un ejemplo que representa cómo la violencia sexual hacia las mujeres, es un acto puro de poder.

¿Qué medidas habría que tomar para erradicar la violencia sexual?

 

La prevención es la clave. Este tipo de violencia se aprende desde la infancia, lo que hace imprescindible invertir en educación, y comenzar a intervenir desde la escuela. Es necesario fomentar nuevos patrones de relación sana, de buen trato y de una sexualidad alejada de patrones rígidos de comportamientos globales. Se precisa también mayor compromiso institucional que apueste por medidas sociales específicas en violencia de género, a través de tres ejes fundamentales: la prevención, la sensibilización y la intervención. 

 

 

¿Afecta a tu vida personal trabajar directamente con casos de violencia sexual?

 

Efectivamente conocer profundamente este tipo de violencia y trabajar con personas que la han sufrido, hace que desarrolle una mayor sensibilización que afecta a mi vida personal. La frustración y rabia por desvirtuar la gravedad del delito son emociones habituales en situaciones cotidianas de mi día a día. Este malestar está más relacionado con la perspectiva de género que llevo ya incorporada de serie, que con el trabajo profesional que desarrollo en sí mismo. Las imágenes que me relatan las usuarias he conseguido dejarlas en el despacho la mayor parte del tiempo. Es imprescindible que las y los profesionales que trabajamos directamente con violencia aprendamos a cuidarnos profesional y personalmente.

 

Entrevista publicada en E-Thinking Formación.

Enero 2014.